El otro Jesús

Promulgó una nueva moral, habló de paz, pero también invitó a transgredir las normas sociales y a revelarse contra los poderosos que oprimían al pueblo. Hizo milagros, sanó enfermos y "resucitó" a los muertos. También tuvo numerosos discípulos, fue juzgado por un tribunal romano y ascendió a los cielos.

Y no, no fue Jesús de Nazaret...

Su nombre era Apolonio de Tiana, y hoy está considerado como el mago y taumaturgo más fascinante de la historia. Un hombre que la podía haber cambiado y que, sin embargo, está olvidado, eclipsado por otro mesías que también nació alrededor del año 4 antes de nuestra era, que también tuvo discípulos e hizo milagros, que también propuso una nueva moral y que para sus seguidores era un enviado divino al que llamaron Jesucristo.


La vida de ambos es extraordinariamente parecida. Pero cuando Apolonio ascendió a los cielos, Jesús, según sus seguidores, llevaba décadas en ellos. También Apolonio tuvo su cohorte de admiradores, pero en la batalla por "fabricar" al mesías, una luz especial guio a los cristianos.
Nació en el año 4 ó 6 antes de nuestra era en Tiana, una ciudad situada en la Capadocia, actualmente llamada Kemerhisar, en Turquía, a 4 km al sudoeste de Bor, en los primeros años de la era cristiana. Su nacimiento, como el de todos los avatares, está rodeado de símbolos que nos resultan familiares. Su madre lo engendró durante un extraño sueño (al igual que Jesús), y nueve meses después advino al mundo.

Charles B. Waite, juez y teólogo decimonónico, autor de Historia de la Religión Cristiana hasta el año doscientos, lo describe en los siguientes términos:

“Antes de su nacimiento, Proteo, un dios egipcio, se le apareció a su madre y le anunció que se encarnaría en el niño venidero. Siguiendo las indicaciones dadas en un sueño, ella se dirigió a un prado para recoger flores. Estando allí, una bandada de cisnes formó un coro a su alrededor, agitando sus alas y cantando al unísono. Mientras estaban ocupados en ello, y el aire era abanicado por un delicado céfiro, Apolonio nació.”

A decir verdad, de Apolonio sabemos bastante más que del Jesús histórico, del que no sabemos apenas nada. La bella emperatriz Julia Domna, esposa y madre de emperadores (Lucio Septimo Basiano, conocido desde el 195 como Marco Aurelio Antonino Caracalla, y Publio Septimio Geta), encargó al sofista griego Flavio Filóstrato, allá por el siglo II, que redactara su biografía. También lo citan, entre otros, Apuleyo, Casio, Diones, Lampride, Luciano, Orígenes o Vospico,.


En el museo de Adana, en Turquía, una inscripción en piedra indica literalmente que Apolonio "extingue las faltas de los hombres", y que ascendió a los cielos para que pudiera "librar a los hombres de sus males".

Si bien es posible que Filóstrato exagerara en algunos datos, lo cierto es que los investigadores no dudan de la historicidad de este peculiar personaje. Su biógrafo nos los presenta como a un enviado, un ser cuasi divino, un personaje que bajo esa denominación hay que suponer como intermediario entre los seres celestiales y los hombres.
A la edad de catorce años fue llevado a estudiar con Eutidemo, profesor de  retórica en Tarso, pero, descontento con el estilo de vida de los habitantes del lugar, que consideraba burlones e insolentes, pidió a su padre que lo dejase ir a Aegæ, pequeña ciudad vecina donde había un templo dedicado al dios Esculapio.
Fue discípulo de Pitágoras, al que admiraría toda su vida. A los 16 años abrazó su doctrina. Ya con esta edad, trató de emular a su maestro. Repudiaba los alimentos de origen animal, argumentando que “vuelve espeso el espíritu y lo hace impuro”. El único alimento puro, decía, es aquel que proviene de la tierra: las frutas y verduras. Igualmente se abstuvo de tomar vino, pues consideraba esta bebida contraria al equilibrio del espíritu, entorpeciendo la parte superior del alma. Iba descalzo (con sandalias de corteza), se dejó crecer el pelo. Renunció a toda vestidura hecha de piel o pelo de animal, vistiéndose con túnicas de lino blanca ... ¿A quién les recuerda? Y Finalmente se fue a vivir al templo consagrado al dios Esculapio.
Con veinte años perdió a su padre y al llegar a la mayoría de edad heredó una fortuna considerable a la que renunció, quedándose con lo estrictamente necesario para sus desplazamientos y alimentación. Repartió los bienes entre su hermano (un joven entregado a una vida disoluta) y algunos familiares, explicando que llevaría una vida de asceta y por tanto nunca formaría un hogar.
Lo hizo –diría después– para crecer interiormente. Sólo si guardaba silencio lo conseguiría.
Quiso ser admitido en los misterios de Eleusis, mas fue tratado como un mago y se le prohibió la entrada en ellos.
Su género de vida y su lenguaje sentencioso y oscuro hicieron tal impresión que no tardó en verse rodeado de numerosos discípulos que le acompañaban allá por donde iba. Junto a ellos recorrió todo Oriente y parte del Mediterráneo. Tierra que pisó, tierra en la que dejó su huella. Se dice que fue admirado por los brahmanes de la India, los magos de Persia y los sacerdotes de Egipto. En Hierápolis, en Éfeso, a la que libró de una plaga, en Esmirna, en Atenas, en Corinto, donde practicó exorcismos e identificó a demonios.  En otras grandes poblaciones de Grecia, Apolonio apareció como preceptor del género humano, visitando los templos, corrigiendo las costumbres, por ejemplo los sacrificios de animales para los dioses, y predicando la reforma de todos los abusos. En Babilonia hizo uso de la videncia y dicen que profetizó el futuro de los emperadores, y en Roma reanimó (¿resucitó?) a una joven muerta.
Aquí encontramos una diferencia esencial entre Apolonio y Jesús; mientras que con Jesús los milagros se consideran pruebas irrebatibles de su naturaleza divina, Apolonio quitaba importancia a los mismos, ya que los consideraba como algo secundario y sujetos a una explicación racional. ¿Quizás lo que ocurrió con la citada joven es que Apolonio, utilizando sus conocimientos, logró reanimarla?
También dejó su huella en Egipto. De allí viajó a Etiopía, donde practicó la meditación.
A estos aspectos de su biografía hay que añadir otros detalles como el hecho de que el emperador Tito Flavio Vespasiano, que le conoció en Alejandría, le miraba como hombre divino y le pedía consejo. O como el rey de Babilonia le pidió un medio de reinar con tranquilidad. Apolonio se limitó a contestarle: "Ten muchos amigos y pocos confidentes".

Más tarde, bien entrado el siglo I, se enfrentaría a las últimas etapas de su vida. Las cosas ya no le fueron tan bien. Volvió a Italia y en Roma fue detenido. Se le acusó de conspirar contra el emperador Domiciano y de haber cometido sacrilegio. Quienes le juzgaban, le ofrecieron reconocerse culpable, pero no quiso. Y dijo: "No puedes detener mi alma, ni siquiera mi cuerpo". Dicen que, acto seguido, se desvaneció ante la presencia de los miembros del tribunal. Luego apareció en Dicearquia, junto a sus discípulos. Aún continuó con sus prodigios, cada vez más sobrecogedores.
La singularidad de su muerte, al menos la establecida en Creta, pues parece, y sólo parece, que murió allí se une al hecho singular de que después de su muerte se apareció a un discípulo que dudaba de la inmortalidad del alma. Fue su último milagro, el prodigio final de un hombre extraño e inquietante.
Otro dato, al final de sus días, Apolonio dominaba 16 idiomas
Se le erigieran estatuas y se le hicieron honores divinos. Éfeso, Rodas y la isla de Creta pretenden poseer su tumba, y Tiana, que le dedicó un templo, obtuvo en memoria suya el título de ciudad sagrada.

Hasta el  siglo V, la reputación de Apolonio se mantuvo viva aun entre los cristianos. Prueba de ello es que León, ministro del rey de los visigodos, invitó a Sidonio Apolinar, obispo de Auvernia, a que le tradujera la vida del filósofo escrita por Filóstrato. El obispo escogió el ejemplar más correcto y sobre él hizo su traducción que remitió al ministro con una carta en la que ensalza las virtudes del filósofo; diciendo que para ser perfecto sólo le faltaba haber sido cristiano.

¿Un mago, un ilusionista, un farsante, un mesías... ? Nadie sabe qué fue en realidad, ni dónde está su cuerpo, si es que fue enterrado... y es que, al igual que Jesús de Nazaret, Apolonio también ascendió a los cielos. Pudo haber sido el mesías que esperaban millones de fieles, pero no lo fue. Tal vez el quid de la cuestión lo podramos encontrar en la figura de Pablo de Tarso.


Sin haber pertenecido al círculo inicial de los Doce Apóstoles y sin haber conocido a Jesús, recorrió caminos jalonados de incomprensiones y adversidades, constituyéndose en artífice de primer orden en la construcción y expansión del cristianismo en el Imperio romano, merced a su talento, a su convicción y a su carácter incuestionablemente misionero. Su pensamiento conformó el llamado cristianismo paulino, una de las cuatro corrientes básicas del cristianismo primitivo que terminaron por integrar el canon bíblico. Pablo moldeó a Cristo y su iglesia. Sin embargo con Apolonio no hubo un Pablo que hiciera de él una figura mítica que trascendiera a la persona.


El libro de los condenados (Jacques Bergier)

En Les livres maudits (1971), Los libros condenados (1973) en la edición española, Jacques Bergier dice esto acerca de Apolonio:

«El lector podría preguntarme de dónde he sacado la idea de que obras pertenecientes a civilizaciones muy antiguas se encuentren en la India. Esta idea no es nueva; fue introducida en Occidente por un personaje tan fantástico como Apolonio de Tiana [...] Apolonio de Tiana impresionó mucho a sus contemporáneos y a la posteridad. Se atribuyen a Apolonio poderes sobrenaturales, que él mismo niega con la mayor energía. Es indudable que viajó a la India. Murió a una edad muy avanzada, más de cien años... Lo cierto es que Apolonio de Tiana afirmaba que existieron en su época, o sea en el siglo I d. C., en la India, libros extraordinarios y muy antiguos que contenían una sabiduría procedente de edades extinguidas, de un pasado muy remoto. Al parecer, Apolonio de Tiana trajo de la India alguno de estos libros, y conviene observar que, gracias a él, encontramos en la literatura hermética pasajes enteros de los Upanishads sy de la Bhagavad-guita. [...] 


Damis (estudiante y compañero de toda la vida de Apolonio) habla, en lo que nos queda de sus notas, de reuniones secretas, de las que él era excluido, entre Apolonio y los sabios hinduistas... También parece que estos recibieron a Apolonio como un igual, que le instruyeron y que le enseñaron más de lo que jamás habían enseñado a ningún occidental.
Apolonio escribió también una biografía sobre Pitágoras, que se cree fue usada por Filóstrato para cualificarle a Apolonio lo que este atribuyó al Samio; aunque de sus escritos auténticos el único que nos queda es la Apología, conservada por Filóstrato».