El milagro del arroz de Olivenza



Preámbulo

Para el cristianismo en general, el milagro sería un hecho sin explicación científica razonable. Agustín de Hipona ofreció la siguiente definición de milagro: «Milagro llamo a lo que, siendo arduo e insólito, parece rebasar las esperanzas posibles y la capacidad del que lo contempla» (De utilitate credendi, 16,34). Pero el mismo autor no pone tanto énfasis en los milagros como «desafíos a las leyes naturales». Agustín de Hipona marca que todos los hechos (ordinarios o extraordinarios) tienen una significación religiosa: visto desde el punto de vista de la fe, «tanto el crecimiento de la mies como la multiplicación de los panes tienen el sello del amor y del poder del Dios».
Tomás de Aquino, en el siglo XIII, definió milagro como algo hecho por Dios más allá de las causas conocidas por los hombres (cf. Suma teológica, I parte, q. 105, a. 7).
En la actualidad, la fe y la ciencia no se consideran excluyentes en la Iglesia católica, según señala el Concilio Vaticano II.
El psiquiatra Sigmund Freud escribía que, a la ciencia le corresponde encontrar una verdad objetiva detrás de las cosas y, por lo tanto, no es posible declarar que la ciencia es sólo un campo de la actividad humana, y que la interpretación "mágica" (o de religiosos conservadores) sea un campo "diferente". Se trata de un argumento que suele ser usado para reclamar la "veracidad" de hechos no ordinarios, argumento que suele ser simplemente una interpretación personal dada en base a sus creencias. Freud llama a la búsqueda de la verdad e insta a hacer una crítica a las creencias que quieran usurpar el terreno de la objetividad y de la misma ciencia. En la psicología, la práctica en la religión, religión popular y superstición, la correlación es un presupuesto que relaciona rituales religiosos, oraciones, sacrificios u observancias de un tabú con ciertas expectativas de beneficio y recompensa se le conoce como pensamiento mágico, predisponiendo al practicante a interpretar los eventos futuros como producto de una intervención sobrenatural.
Se suele invertir la carga de prueba por parte de quien afirma la existencia de un milagro. Sin embargo, desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia, "quien dice que algo existe es quien lo debe demostrar", mediante razones lógicas. En ese caso, la carga de prueba del escéptico se restringe a refutar y descartar la descripción del milagro. Por esa misma razón, en el pensamiento escéptico, la posibilidad de un milagro se autodestruye cuando la atribución de milagro a un suceso se funda únicamente en la percepción o el pensamiento subjetivo. Eso, porque desde el siglo XVIII, el empirismo dejó expuesto que las sensaciones y percepciones comunes pueden engañarnos.
Por lo tanto, no se puede afirmar que no existan razones, dentro del mundo académico, para sostener una postura escéptica ante tales sucesos, puesto que pueden ser analizados en el marco de la lógica, como hizo David Hume. A veces, los llamados "milagros" en sentido laxo carecen de una investigación seria, y no suelen tomar en cuenta otros aspectos que pueden ser condicionantes de la opinión: fanatismo, efecto placebo, apofonías, remisiones espontáneas naturales en compañía de la ley de los números realmente grandes, efectos de tratamientos previos, o el estado psíquico o emocional de la persona
Sin embargo, no es posible generalizar una única postura científica. Le Bureau des Constatations Médicales y de Le Comité Médical International de Lourdes, que rigen el análisis científico de las curaciones producidas en Lourdes, siguen protocolos estrictos.
Para que una curación se considere "inexplicable" para la ciencia se deben cumplimentar una serie de requisitos, entre los que se cuentan: (a) que la dolencia sea incurable; (b) que se haya puesto de manifiesto la total ineficacia de los medicamentos o protocolos empleados en el tratamiento de dicha dolencia; (c) que la curación haya sobrevenido de manera instantánea o casi instantánea; (d) que la curación haya sido absoluta; (e) que la curación no sea resultante de una interpretación derivada del estado psíquico de la persona.
De los aproximadamente 7000 casos de curaciones registrados en expedientes, sólo 67 han sido reconocidos como "milagros".
En una opinión editorial, el Center for Inquiry calificó algunas de las certificaciones de Le Bureau como «vagas y poco científicas». Desde diciembre de 2008 Le Comité Médical International de Lourdes dirigido por el doctor Patrick Theiller cesó en definir cualquier curación como milagro. Jamey Keaten puntualizó los conceptos del secretario de ese panel internacional de médicos: Le Bureau sigue reconociendo casos de curación "notable", pero dejan en manos de la Iglesia decidir si se trata de "milagros".
Desde que David Hume demostró que nuestras percepciones pueden engañarnos, los "testimonios" carecen para algunos de credibilidad en el mundo académico. Desde el punto de vista médico, el milagro no es considerado por muchos una contradicción de las leyes de la naturaleza, sino una aceleración inexplicable del proceso normal de curación"


Y dicho esto, pasemos a analizar lo acontecido un 23 de enero de 1949 en la extremeña localidad de Olivenza (ESPAÑA). Un hecho ocurrido hace tan solo unas décadas y con muchísimos testigos, muchos de ellos todavía con vida y que contemplaron con sus propios ojos aquel prodigio.


El milagro del arroz en Olivenza

Es el único milagro de multiplicación de alimentos aceptado por la Iglesia además del realizado por Jesús sobre la multiplicación de los panes y los peces que narran los Evangelios.
El milagro del arroz se produce en plena posguerra, España había estado en guerra civil diez años antes y se pasaba hambre y necesidad. En esos años existían repartidos por toda la península instituciones, casi todas ligadas a la Iglesia, que ejercían la beneficencia proporcionando alimentos a los más desfavorecidos.
La Casa de Nazaret del Instituto San José de  Olivenza era uno de estos centros benéficos en que se alimentaba y educaba en régimen de semipensionado a niños y niñas pobres, pero este centro no solamente se encargaba de dar comida y educación a estos chicos sino que también funcionaba como comedor social, donde se alimentaban a todas las personas que padecían necesidad. Los alimentos provenían de familias bienhechoras del municipio.


El milagro en sí sucedió el día 23 de enero de 1949, cuando la cocinera del centro Leandra Rebollo estaba comenzando a realizar la comida se dio cuenta que la familia que debía haber traído los alimentos no había aparecido y solamente disponía de 3 tazas de arroz (unos 750 gramos) para dar de comer a unas doscientas personas.
Leandra se dispuso a hacer un caldo con el poco arroz del que disponía en una gran olla, a sabiendas de que era absolutamente imposible dar de comer a tanta gente únicamente con las tres tazas de arroz, por lo que mientras echaba el arroz a cocer se acordó del beato pacense Juan Macías, y exclamó: "¡Ay, beato...! ¡Y los pobres, sin comida!"
Dejó el arroz al fuego cociendo y continuo realizando otras actividades en el centro, cuando volvió quedó ensimismada, al ver que la olla en la que había vertido 750 gramos de arroz estaba completamente llena sin que se hubiera caído ningún grano, estaba segura del arroz que había echado y tenía la suficiente experiencia en la cocina como para saber que lo que estaba sucediendo no era normal.
Leandra asustada acudió a buscar al párroco del pueblo y a la directora del Instituto, María Gragera Vargas, que fueron los primeros testigos del portento, la voz se corrió por el pueblo y una gran cantidad de personas acudió a ver que estaba sucediendo.
Leandra con la ayuda de más personal del centro prepararon más recipientes para transvasar arroz de la olla que estaba llena a otras, pues no podría cocer tal cantidad de arroz en una sola.


La noticia se extendió por la ciudad y muchas personas acudieron y constataron el hecho, recogiendo granos de arroz crudo que salían a borbotones del agua que hervía en el primer recipiente.
Se distribuyó una porción abundante de sopa a los cincuenta y tantos niños semipensionados y después, se pasó a distribuir una porción igualmente abundante, fuera del Instituto de San José, a un centenar de pobres.
La sopa, además de ser abundante, estaba mejor condimentada y más sabrosa, a pesar de que, durante las cuatro horas de la multiplicación, no se añadió ningún otro condimento, ya que a causa del nerviosismo y el estupor,  a la cocinera se le olvidó condimentar el cocido, añadir más agua y templar el fuego de carbón.
No obstante, la impresión que tuvieron las niñas y niños durante la comida fue que el arroz que comían era absolutamente normal.
La multiplicación del arroz duró unas cuatro horas y concluyó a eso de las cinco de la tarde, repentinamente, cuando el párroco vio que todos los necesitados habían comido y exclamó: "¡Basta!".
Aquellos que probaron la comida dijeron haber comido el mejor arroz de su vida, a pesar –como digo– de no haberse cocido como debiera. Y, donde en un principio tan solo había cantidad para mal alimentar a las niñas del hospedaje, comieron más de trescientos comensales, muchos de ellos llegados incluso de las poblaciones cercanas, que corrieron hasta allí cuando se enteraron de la prodigiosa noticia. Muchos comieron el arroz muchas horas después de haber sido cocinado y, pese a ello, el arroz se mantuvo en su punto exacto, como si estuviese recién cocinado.
En un artículo publicado por el diario HOY, el 23 de enero de 2013, testigos que aún viven después de más 60 años de aquel hecho, dan fe de lo sucedido.


Tal es el caso de Fernanda Blanco Mendoza, que tenia 25 años en ese momento, y ese día, con 89 años, recordaba lo acontecido.


Otros milagros

En Ribera del Fresno, su pueblo natal, existe un museo en lo que fuera su casa natal y donde se conserva una de las ollas que obraron el milagro de Olivenza, aparte de lienzos y documentos de interés. Según se cuenta, con tan solo ocho años de edad, el pequeño Juan tenía visiones en las que se le aparecía otro niño que decía ser Juan el Bautista, quien lo acompañaba siempre, aportándole consejos y predicciones.
El primer milagro atribuido a Juan Macías data de aquella época y es muy conocido en la localidad; se cuenta que mientras sacaba a pastar su rebaño, Juan encontró a otro chico que realizaba la misma labor y que lloraba entristecido ante la boca de un profundo pozo. Cuando Juan le preguntó sobre el motivo de sus sollozos, el chico le dijo que uno de sus cerdos había caído en el interior del pozo y que estaba preocupado por la reprimenda que le daría su padre. Juan le dijo que no se preocupara y se acercó al pozo mientras le rezaba a la virgen. Entonces el agua del pozo comenzó a subir y el cerdo salió a la superficie con vida. Desde entonces, el “pocito de Juan Macías” se conserva como lugar especial y muchos son los peregrinos que acuden a visitarlo, convencidos de que sus aguas son curativas y milagrosas.


Además, en septiembre el pueblo de Ribera del Fresno lleva a cabo en este sitio su romería.
En tierras americanas, cuentan las crónicas que una noche un fuerte temblor de tierra sorprendió a Lima. Mientras los fieles rezaban el oficio en el coro, San Juan Masías oraba en la capilla de Nuestra Señora del Rosario. El primer sacudón hizo que los religiosos salgan presurosos a refugiarse en el jardín del claustro, pero el escuchó una voz que lo detuvo, el contó que era la Bienaventurada Virgen María y se quedó porque se sintió protegido. Finalmente quedó sano y salvo y el templo casi íntegro.
En 1678, en el Convento de Santo Domingo, Francisco Ramírez, novicio de 20 años de edad, con el objeto de limpiar su celda, levantó un pesado baúl, sin recordar que padecía de una hernia inguinal. El esfuerzo provocó el estrangulamiento de la misma por lo que se requería la intervención correspondiente, en ese entonces desconocida. Los facultativos, tras examinar al paciente, diagnosticaron un fatal desenlace por lo que le administraron los santos óleos. El Prior del Convento, R.P. Nicolás Ramírez, puso en manos del enfermo un pequeño cuadro de Fray Juan Macías, fallecido hacía 33 años, indicándole rezar pidiendo que intercediese por él. Los frailes dejaron al enfermo rezando y cayeron dormidos. Al retornar, tuvieron la sorpresa de encontrar al novicio incorporado y libre de dolencia. Este milagro fue autenticado por los frailes que presenciaron este hecho, siendo uno de los 2 que sirvieron para que el Papa Clemente XIII lo declare Venerable el 27 de febrero de 1763.


Reconocimiento oficial


Los prodigiosos hechos no tardaron en llegar, vía Obispado de Badajoz, al Vaticano. El papa Pío XII puso en marcha dos comisiones de investigación; una a cargo del dominico Benito Gangoiti y otra constituida por un tribunal del propio Obispado de Badajoz.
Catorce sacerdotes interrogaron a los veintidós testigos por separado. La abundancia de testigos y de muestras recogidas, pues el párroco, al darse cuenta de la sobrenaturalidad de cuanto acaecía, estuvo presto a allegar pruebas que sirvieron para verificar que el arroz "creado" en la olla era arroz absolutamente normal, como así lo verificaron las pruebas realizadas a diversas muestras en diferentes laboratorios de Valencia, lo que dio una gran celebridad a este prodigio.
Los peritos tan solo llegaron a la conclusión de que aquel era arroz normal y corriente, y que con la cantidad de 750 gramos inicial, en ningún caso se podría haber superado un volumen de más de 2,5 litros tras la cocción. Se investigaron las declaraciones de Leandra, en las que contaba que veía como cuando removía el arroz, surgían del interior de la olla nuevos granos crudos. Según un segundo análisis pericial llevado a cabo por el profesor Giovanni Petrocini, director del Instituto de Química de Perusa, y por el profesor Angelo Bianchi, director del Instituto Universitario del Cultivo del Cereal en Roma, aquel arroz, tras más de cuatro horas de cocción, debería haber estado hecho una pasta, y como he contado anteriormente, el arroz estaba en perfectas condiciones.
Este milagro fue reconocido oficialmente por el Vaticano que tardó 25 años en pronunciarse, pese a las decenas de testigos que vieron con sus propios ojos el milagro y pese a las pruebas periciales que señalaban que no hubo ningún truco aquel día.


Pese a todo, en 1974 la Iglesia consideró el hecho como un milagro y el día 28 de septiembre de 1975 tuvo lugar la canonización del beato San Juan Macías en Roma.
Hoy aún se conserva en el centro la zona de la cocina y un cazo que se sacó para repartir la comida y es el único milagro de esta índole reconocido por la Iglesia.


Biografía de Juan de Arcas Sánchez


Fue un religioso y dominico español que evangelizó Perú desde 1620 y fue canonizado en 1975 por Pablo VI. Hoy tiene innumerables fieles que visitan su imagen en el altar principal de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario o de Santo Domingo y en el año 1970 se levantó un templo parroquial en su nombre en el distrito de San Luis (Lima). Nació en la Ribera del Fresno, villa de Extremadura en la diócesis de Plasencia (España) el 2 de marzo de 1585, y murió en Lima (Perú) el 16 de septiembre de 1645.
Fueron sus padres Pedro de Arcas y Juana Sánchez, por lo que su nombre debió ser Juan de Arcas Sánchez. El cambio de nombre se debe fundamentalmente a que las tierras de pastoreo eran llamadas "las Macías" y a los pastorcitos "los Macías". Por eso es que se le conoce como Juan Macías o Juan Pastorcillo. Se sabe que quedó huérfano desde los cuatro años y medio y bajo el cuidado de un tío que lo dedicó al pastoreo. Cuentan que a la edad de 8 años, una noche de Navidad, Juan interrumpió la conversación de sus parientes para decirles que se marcharía.
Luego conoce a un comerciante con el que trabajó y con el hace un primer viaje a América. Llegó primero a Cartagena de Indias (Colombia) luego al Reino de Nueva Granada, pasando por Pasto y Quito (Ecuador), para llegar finalmente al Virreinato del Perú donde se quedaría hasta su muerte. Su primera acción al llegar a Lima fue indagar sobre la Orden de Predicadores, indicando que se proponía ingresar a ella para servir a Dios de acuerdo a la voz que escuchó a los 20 años que le ordenaba venir al Perú.
Confiado en su especialidad trabajó con ganaderos en las afueras de la ciudad y allí nace su vocación a la vida religiosa. Su extrema bondad lo hacía frecuentemente repartir lo poco que tenía entre los pobres, hacía labor social y apoyaba a la Orden de Predicadores como hermano lego en el convento de dominicos de Santa María Magdalena donde finalmente fue admitido y luego el 23 de enero de 1622 tomó los hábitos. Un año después hizo los votos definitivos el 25 de enero de 1623.
San Juan Macías, amigo íntimo de San Martín de Porres y coetáneo de Santa Rosa de Lima. Fueron los tres santos Dominicos que, en el siglo XVII animaron la vida Cristiana de la ciudad de Lima.

Consejero de ricos y pobres


Ya en el convento, San Juan Macías marcó su vida en la profunda oración, la penitencia y la caridad, pero debido a ello sufrió una grave enfermedad por la cual tuvo que ser intervenido en una peligrosa operación. Sin embargo, nunca descuidó a los más necesitados a quienes desde el portón del monasterio ayudaba. Era frecuente ver a los mendigos, los enfermos y los desamparados de toda Lima que acudían buscando consuelo. La clase alta, a quienes se les llamaba "pobres vergonzantes" tampoco era ajena a sus consejos, incluso el propio Virrey Toledo y la nobleza de Lima acudían a él. San Juan Macías cuidaba, incluso, de que los ricos caídos en desgracia económica no sean vistos para no causarles pena y dolor. San Juan Macías no distinguía entre las personas y ayudaba a todo aquel que necesitase un pan o una palabra.
Sentía mayor propensión al retiro y la soledad que a la conversación y la comunicación con los demás, según le confesó al Padre Maestro Ramírez: “si no lo ocupase la obediencia, nadie le habría visto jamás la cara”. Pero el oficio de portero, en el que perseveró por más de veinte años, contrariando su inclinación natural, le servía de continuo ejercicio de la obediencia, y por esto lo desempeñaba con tanto placer y alegría, como empeño y dedicación. Su extrema humildad y respeto hacia sus semejantes era notoria. Daba de comer a sus pobres puesto de rodillas y a las mujeres jamás las miraba, fijando la vista en el suelo. Siempre trató de evitar cualquier tipo de tentación.

Muerte

Sesenta años de edad contaba fray Juan Macías cuando le visitó la enfermedad que le llevaría a la tumba. El médico que le asistía había perdido toda esperanza de recuperación, y el propio fray, Juan Macías se daba cuenta que le había llegado la hora de partir de este mundo al Padre, para entrar en la contemplación definitiva de aquellos, "Cielos nuevos y tierras nuevas" que, en repetidas ocasiones había visitado fugazmente en compañía de su venerable amigo San Juan Evangelista. En aquel trance supremo, de cara a la verdad absoluta que es Dios contó a los religiosos de su convento, los favores que Dios le había regalado en su vida, desde su niñez hasta aquel momento, y cómo le había hecho gozar de la visión de su santa gloria en repetidas ocasiones. No me olvide, hermano, y encomiéndame a Dios, le rogó fray Juan de la Torre, su amigo. Padre mío, donde la caridad es más perfecta, ¿cree su reverencia que me habría de olvidar? Le doy mi palabra: allá le seré mejor amigo de lo que le fui acá, le respondió. A otro que le recomendaba a sus pobres, le contestó: Con que tengan a Dios les sobra todo; y para su consuelo, les queda el hermano Dionisio de Vilas y otros buenos amigos que no les harán faltar lo necesarios. Juan Quezada, benefactor de los pobres, llegó también hasta su lecho para pedirle que no se olvidara de él y de su esposa. ¿Olvidarme? En el corazón le llevó bien asentado, y también a la señora doña Sebastiana, su mujer.
¡Qué esperanza la que nos diste fray Juan. Cumple lo que dijiste! La hora señalada por Dios, ha llegado. Es la hora de la despedida definitiva. Fray Juan Macías se lo advierte a los hermanos, que lo acompañan: "Ahora, sí. Es llegada mi hora. Que se haga en mí la voluntad del Señor". Siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, los religiosos de la comunidad se dirigen procesionalmente a la habitación de fray Juan, acompañando el Santo Viático. Fray Juan se sienta, con la ayuda de sus hermanos y, por última vez, recibe con todo fervor la santa comunión.
Después de unos minutos de oración, en profundo recogimiento, el prior le administra el sacramento de la Unción de los Enfermos, en medio de salmos e himnos que los religiosos cantan invocando el perdón y la misericordia de Dios.
Cuando los hermanos cantaban la tierna plegaria Salve Regina, con la que los Dominicos despiden a sus hermanos de este mundo, fray Juan Macías entregaba su alma al Creador. Eran las 6:45 pm, del día 16 de septiembre de 1645.